Al compás de los danzantes chichimecas, las procesiones con las impresionantes ceras escamadas, los cohetes y las plegarias, los visitantes van descubriendo olores, colores y sabores que los transportan a su infancia. No podemos dejar de mencionar los riquísimos y únicos Tacos Joven, esos tacos doraditos de carne deshebrada y bañados con una salsa de jitomate y rajas en donde sobresale ese amarillo misterioso que le da la mostaza. Quien desee algo más contundente podrá encontrar los tacos de tripitas, de hígado y de carnitas, sin olvidar probar la variedad de salsas que ofrecen. Para los más tradicionales están las señoras que llegan con sus cazuelas para freír en manteca las únicas enchiladas potosinas, servidas con salsa y cebollita picada; los infaltables taquitos rojos, a veces servidos con una pieza de pollo: o las gorditas de horno que ahora te venden en una bolsa de plástico para que puedas bañarlas de una salsa de chiles secos, muy picosa. No pueden faltar las ollas con tamales rojos, verdes y de dulce, o la canasta de pan dulce, servidos con un vaso de atole o café de la olla.
Para saciar el antojo dulce encontramos los tradicionales churros, los de siempre, pero también aquellos contemporáneos rellenos de cajeta, mermelada o crema de chocolate. Y si tenemos suerte, también. Podemos encontrar al muchachito que vende sus gelatinas multicolores en una vitrina de vidrio.
Participar en las festividades dedicadas al Apóstol Santiago es un acto de fe pero también es un festival de los sentidos. Celebrar al santo patrono es la oportunidad perfecta para sentirse parte del barrio, impregnarse de sus olores y por supuesto, disfrutar del riquísimo patrimonio gastronómico para no olvidar de dónde somos y seguir identificándonos con el lugar al que pertenecemos.